Apología del sōmen irichī
Cuando uno escucha “Comida okinawense” la
primera imagen que se nos viene a la cabeza es la de un sōki soba o un gōyā chanpurū
y es indudable que ambos pueden ser considerados sus platos más representativos.
En los casi veintisiete años que vivo en Japón, he visto cómo-mientras en todo
el mundo la comida japonesa se iba poniendo de moda-aquí en naichi iban apareciendo cada vez más
restaurantes de comida okinawense, desde modestos restaurantes de barrio (como
los de Little Okinawa, en Tsurumi),
grasientos y cochinitos, pero donde se puede saborear el verdadero aji, hasta los más pitucos como el Gachimayā de Omotesandō (una de las zonas más exclusivas de Tōkyō), donde los
platos ya están un poco estilizados, son caros y encima juegan a la comidita.
Incluso en algunos family restaurant
(restaurantes de cadena) es posible hallar en su menú gōyā chanpurū y, a diferencia de hace algunos años, ahora se
consigue gōyā en cualquier
supermercado de barrio (lo que no se consigue así nomás es kamaboko de Okinawa y shimadōfu,
el tōfu de Okinawa).
En todos estos restaurantes, el sōki soba
y el gōyā chanpurū son los amos de la carta.
Pero hoy yo quiero romper una lanza por el
más modesto pero no por ello menos rico sōmen
irichī. Un puñado de sōmen
hervido, unas gotas de aceite, un par de huevos batidos, un poquito de
cebollita china bien picada y una pizca de sal, se revuelve todo en una sartén
bien caliente y-en menos de lo que nuestro cerebro tarda en traducir al español
ippē māsan-ya está listo.
¿Hay algún plato más minimalista que éste?
(Bueno, sí, un huevo frito). Pero cómo lo disfrutaba yo de niño (época en la
que, tal vez, para mi paladar infantil el gōyā
era demasiado amargo).
Y no sólo yo, también mi ojī y sus amigos. Manjares como el ashi-teibichi se preparaban para las
grandes ocasiones, pero había un grupo de amigos que iban a visitar a mi ojī casi a diario y para ellos mi obā preparaba platos sencillos y rápidos
como el sōmen irichī. Yo los veía
celebrar con alborozo cuando mi obā
llegaba con la fuente humeante y comer con muchas ganas y apetito.
Emociona pensar que aquellos hombres que,
aunque en su Okinawa natal habían sido muy pobres, a pesar de que ya estaban
bien establecidos en Perú (todos tenían ya su propio negocio), siguieran
conservando sus austeras costumbres y se contentaran con un plato tan humilde.
No hay duda de que seguían siendo buenos pobres.
¿Máquina del tiempo? ¡Pamplinas! A mí me
basta un bocado de sōmen irichī-o un
sorbo de Kola Inglesa, la chaposa más
sabrosa-para regresar a aquella época y volver a ser aquel chiquillo con los
puños de la chompa tiesos de moco, las manos sucias por jugar con el trompo y
las bolitas y que tardó tanto para dejar el chupón que cuando lo hizo fue para
coger su primer cigarrillo.
Y quizás sea por eso que me gusta tanto.
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