jueves, 3 de septiembre de 2015

Loro viejo sí aprende a hablar (aunque se demora más)

Loro viejo sí aprende a hablar (aunque se demora más)

Ayer terminó mi curso de japonés y-después del ajetreo que significó haber tenido que compaginar las labores propias de una ama de casa y las de chofer con cama adentro de mi chica con mis clases diarias de japonés durante más de 3 meses-, ahora me encuentro relajado, satisfecho y, al mismo tiempo, algo triste y vacío, como al terminar la lectura de una buena novela o como después de echar un buen polvo, porque como bien dice la sabia sentencia latina atribuida a Galeno: “triste est omne animal post coitum, praeter mulierem gallumque” (salvo la mujer y el gallo, todo animal queda triste después del coito).
Anoche, en la ceremonia de clausura, todos los participantes teníamos que decir un breve discurso de agradecimiento, pues el curso-auspiciado por el Ministerio de Trabajo, Salud y Bienestar para promover el empleo estable entre los residentes extranjeros-, es gratuito. Para ello, ayudados por los profesores, nos habíamos preparado concienzudamente la semana pasada. Pero una cosa era pronunciar el discurso entre las chacotas, burlas y las festivas carcajadas y aplausos de los compañeros de clase observados por los indulgentes y condescendientes profesores y otra muy diferente hacerlo bajo la adusta y severa mirada de las autoridades, entre las que se encontraba el alcalde de la ciudad, un representante de la Hello Work (la oficina pública de empleo) y el máximo encargado de la JICO (Japan International Cooperation Organization), la filial de la JICA encargada de dictar el curso, ante las cuales debíamos demostrar que no habíamos asistido a las clases sólo para calentar el asiento y que los impuestos de los contribuyentes-de donde salía la financiación de los cursos-no se habían gastado en vano.
Al contrario que la mayoría de mis compañeros, tan nerviosos que después de comerse las uñas de las manos querían hacer lo mismo con las de sus pies, yo estaba muy tranquilo porque no era la primera vez que iba a hablar en público. Hacía unos años había participado en el concurso de oratoria en japonés organizado por la MUDA (Asociación internacional de extranjeros sordos, mudos, sordomudos, tartamudos, gagos, ñaja-ñajas, personas con hipo crónico y callados de todo tipo de la prefectura de Kanagawa), en el que pude participar debido a que-después de tantos años de trabajar en las ruidosas fábricas japonesas-no oigo bien con el oído derecho. El tema era libre y había que hablar un mínimo de cinco minutos. Se tomaría en cuenta la elocuencia, dicción y riqueza de vocabulario. A mí me había tocado en último lugar después de que los demás participantes-la mayoría procedentes del sudeste asiático-despacharan rápidamente y sin mucha convicción ni habilidad sus discursos. En cambio, yo les ofrecí una clase magistral sobre nuestro país con mi discurso titulado “Wagakuni: Perú” (Mi país: Perú), que empezó a las nueve de la mañana con Manco Cápac y Mama Ocllo emergiendo de las aguas del lago Titicaca para fundar el Qosqo y continuó con los 14 incas, lo que produjo entre la concurrencia tal efecto narcótico que, una hora después, todos estaban durmiendo, de modo que no tuvieron que escuchar la parte sobre el Descubrimiento, la Conquista, la Colonia, Pizarro y Atahualpa, los 40 virreyes y la Perricholi, Túpac Amaru II, la Independencia y la República. Para cuando-hacia el mediodía-, estaba describiendo la flora, la fauna, la geología y la geografía del Perú citando a los sabios naturalistas Antonio Raimondi y Alexander von Humboldt y a sacar pecho por la auctoctonía de la papa y sus 4000 variedades y a tirar pana de Machu Picchu y las Líneas de Nazca y empecé a cantar “Mi Perú” y “Perú Campeón”, la mayoría se despertó y-como en el teatro Kabuki-, fue a comprar su obento al 7-Eleven de la esquina. Así se ahorraron la Época del guano, la Fiebre del caucho y la Guerra del Pacífico, entre otras cosas, y cuando regresaron y empezaron a comer en mi delante, provocándome, yo ya estaba en el primer gobierno de Belaúnde y la bonanza de la harina de pescado, después de haber narrado las luchas entre apristas y comunistas y los breves periodos democráticos interrumpidos por los frecuentes golpes de estado (ex profeso dejé de mencionar los saqueos y deportaciones sufridas por los japoneses en el Perú durante la Segunda guerra mundial en el primer gobierno de Prado). La gente empezó a quedarse dormida nuevamente cuando estaba contando que, para variar, a Belaúnde también lo habían sacado en pijama en plena madrugada de palacio y lo habían embarcado en un avión. Eran ya cerca de las tres cuando acabé con Velasco y los doce años de la dictadura militar y empecé a hablar sobre el segundo gobierno de Belaúnde y Sendero Luminoso. Faltando cinco minutos para las cinco de la tarde, cuando estaba por empezar a narrar las locuras de Caballo Loco Alan García y a explicar que gracias a su gobierno había tenido la oportunidad y el placer de venir a conocer el país de mis antepasados, el presidente de la asociación y presidente del jurado se puso de pie, se dirigió hacia donde yo estaba, me colgó del cuello una medalla que tenía grabada la efigie de un loro y me declaró vencedor absoluto con estas palabras que yo me he tomado la licencia de traducir libremente (aunque parte de lo dicho se pierde en la traducción):
-¡Mō ii!-dijo interrumpiéndome-. ¡Mō tsukarechatta! (¡Felicitaciones! ¡Has ganado!).
Y, como yo aduje tímidamente que aún no había terminado mi discurso, perdió la paciencia:
-¡Mō iitte! ¿Kikoenainokanaa? ¡Kaere! (¡Felicitaciones otra vez! ¡Maravilloso! ¡Bravo!)
Volviendo a la ceremonia de ayer, conforme iban pasando los minutos, el nerviosismo de mis compañeros se me fue contagiando-una peruana sufrió una crisis de nervios con llanto a moco tendido incluido y declaró que estaba perdidamente enamorada de uno de los profesores, un brasileño entró de pronto en trance y empezó a tirar patadas al aire y dar volatines hacia atrás como en una exhibición de capoeira y el único chino de la clase habló en una lengua que nadie supo si era japonés, chino o esperanto mal hablado)-, y cuando llegó mi turno sentí un nudo en la garganta (y no es que tuviera la corbata muy ajustada sino que-como dice la sabiduría popular-se me habían puesto los huevos de corbata) e, inexplicablemente, en vez de pronunciar el discurso que de tanto ensayar había memorizado, me puse a cantar en catalán-idioma que no hablo-el himno del Barça:
“Tot el camp
Es un clam
Som la gent Blau Grana...”.
Pero no importó porque, al final, igual nos entregaron nuestras flamantes diplomas a todos y pudimos posar sonrientes para la obligada foto para el Facebook.
Luego de la ceremonia, se nos ocurrió invitar a comer a un buen restaurante a los profesores y a la coordinadora, pero, como no nos poníamos de acuerdo porque los peruanos queríamos ir a comer anticuchos al restaurante peruano bépocah de Harajuku; los brasileños, a comer churrasco al rodízio Barbacoa Grill de Omotesandō; y los argentinos, a comer asado al restaurante argentino El Caminito ubicado frente a la Torre de Tokio (el chino, al estar en minoría absoluta, no tenía ni voz ni voto), terminamos yendo al Steak Gusto de Yamato, un restaurante de carnes barato donde pedir un plato principal-un bistec o una hamburguesa-te da derecho a comer todo lo que puedas de todo lo demás (menos las bebidas, que se pagan aparte). Como últimamente ando un poco bajo de fondos, aprovechando la confusión-éramos 22 comensales-, yo no pedí el plato principal y me atiborré gratis con el salad y soup bar y comí todo lo que pude de arroz con curry, frutas y postres, y ahora mismo, mientras escribo estas líneas, estoy desayunando con los panes con los que me llené los bolsillos del saco.