domingo, 19 de junio de 2016

Habemus papa

Habemus papa

Después de ver The Martian, se me ocurrió-ahora que cuento con algo de tiempo libre (más o menos 24 horas al día)-, sembrar yo también unas papas. En mi primera tentativa fracasé estrepitosamente. Como, ahora, cada vez que hago papas rellenas, se me hace muy difícil darle forma a las papas con una sola mano, se me ocurrió hacer un injerto de papa con palta para obtener unas papas con pepa. De este modo-pensaba-, después de sancocharlas, partirlas por la mitad y quitarles la pepa como a una palta, sería fácil para mí rellenar ambas cavidades y soldar las dos mitades con un poco de papa chancada, huevo batido y harina antes de freírlas. Pero en vez de papas con pepa, me salieron paltas sin pepa. ¡Un fracaso total! Traté de comerme una de las paltas, pero no pude. ¿A quién podría gustarle una palta sin pepa? Una palta sin pepa es como una mujer sin corazón...Caí en una profunda depresión y estuve encerrado en mi cuarto durante una semana tirado en la cama sin comer ni bañarme hasta que mi chica perdió la paciencia y me sacó de ese estado con una buena dosis de desahuevina.
No hubiera retomado el proyecto de la papa de no ser porque una noche mi chica llamó a Perú y me pasó el teléfono para que saludara a su mamá. Mi suegra, que es muy bromista, después de reírse a carcajadas de mi frustrado experimento, me animó a sembrar alguna variedad peruana que por su exotismo tendría éxito en el mercado japonés.
-No te preocupes-dijo-. Yo te voy a mandar la semilla.
Quince días después recibí del cartero un paquete muy liviano y cuando lo abrí me di con la sorpresa de que era una bolsa de papas Chipy.
Llamé a mi suegra para protestar, pero ella me dijo que no era ninguna broma (aunque parecía tener dificultad para contener la risa) y que sembrara las hojuelas según sus instrucciones.
La verdad es que no muy convencido y haciendo de tripas corazón, sembré las hojuelas y esperé dos semanas-como me había dicho mi suegra-a que aparecieran los primeros brotes, pero nada sucedió. Esperé aún unos días más y seguramente estaría esperando hasta ahora de no ser porque una de esas noches hubo una tormenta con mucha lluvia rayos y truenos y uno de los rayos bajó por la cadena del pararrayos y cayó sobre el jardín. Al día siguiente, grande fue mi sorpresa, cuando, al salir de la casa para comprobar los desperfectos que pudiera haber causado el tifón y recoger las ramas y hojas caídas, encontré bajo el sol radiante varias matas de papa que habían crecido literalmente de la noche a la mañana y que hasta tenían ya sus características florecillas de color lila. Dos semanas después, luego de que se secaran las plantas, mi chica y yo, con un entusiasmo y alegría infantiles, cosechamos nuestras primeras papas.
Había pensado-en agradecimiento a mi suegra-bautizar las papas con su nombre, pero mi chica, que, por ser huancaína y haber pasado su infancia en la chacra de su abuelo en Huasahuasi-es decir, en el lugar que pasa por ser desde hace siglos la capital mundial de la papa-, y que por ello no sólo le gustan todos los platos que la contienen tanto de la rica gastronomía peruana como de la internacional (aunque está demás decir que su plato favorito es la Papa a la huancaína) sino que además es capaz de reconocer por su forma, color o sabor 2999 de las 3000 variedades que se cultivan en el Perú y podría doctorarse en Papología Comparada, me dijo que la “Papa Tomasa” ya existía, que además era blanca y buena para freír y no amarilla y arenosa como la mía y que, por último, por qué estaba yo tan sobón con su mamá. El segundo nombre que se me ocurrió fue “Papa Takara”, pero también me vi obligado a descartarlo por razones de estrategia comercial. Ya me imaginaba a las verduleras del mercado vociferando: ¡Papa Takara! ¡Papa Takara! Más que ofrecer su mercancía parecerían estar protestando por el aumento del costo de la vida.
Se me ocurrió entonces traducir Takara al español: Tesoro. No estaba mal: Papa Tesoro. Incluso podría ser: Tesoro del Inca. Hasta se podría aprovechar para comparar su intenso color amarillo con el del oro. Estaba satisfecho no sólo porque había encontrado un buen nombre sino porque, además, sin querer, había descubierto por qué, cuando era niño, todos decían que yo era “una joyita”.

En las fotos, embalando las papas para comercializarlas por Amazon y sancochadas para su degustación (Nótese qué buena pinta: nada que envidiarles a la papa amarilla o a la papa Huayro).

No hay comentarios:

Publicar un comentario