Habemus papa
Después de
ver The Martian, se me ocurrió-ahora que cuento con algo de tiempo libre (más o
menos 24 horas al día)-, sembrar yo también unas papas. En mi primera tentativa
fracasé estrepitosamente. Como, ahora, cada vez que hago papas rellenas, se me
hace muy difícil darle forma a las papas con una sola mano, se me ocurrió hacer
un injerto de papa con palta para obtener unas papas con pepa. De este
modo-pensaba-, después de sancocharlas, partirlas por la mitad y quitarles la
pepa como a una palta, sería fácil para mí rellenar ambas cavidades y soldar
las dos mitades con un poco de papa chancada, huevo batido y harina antes de
freírlas. Pero en vez de papas con pepa, me salieron paltas sin pepa. ¡Un
fracaso total! Traté de comerme una de las paltas, pero no pude. ¿A quién
podría gustarle una palta sin pepa? Una palta sin pepa es como una mujer sin
corazón...Caí en una profunda depresión y estuve encerrado en mi cuarto durante
una semana tirado en la cama sin comer ni bañarme hasta que mi chica perdió la
paciencia y me sacó de ese estado con una buena dosis de desahuevina.
No hubiera
retomado el proyecto de la papa de no ser porque una noche mi chica llamó a
Perú y me pasó el teléfono para que saludara a su mamá. Mi suegra, que es muy
bromista, después de reírse a carcajadas de mi frustrado experimento, me animó
a sembrar alguna variedad peruana que por su exotismo tendría éxito en el
mercado japonés.
-No te
preocupes-dijo-. Yo te voy a mandar la semilla.
Quince días
después recibí del cartero un paquete muy liviano y cuando lo abrí me di con la
sorpresa de que era una bolsa de papas Chipy.
Llamé a mi
suegra para protestar, pero ella me dijo que no era ninguna broma (aunque
parecía tener dificultad para contener la risa) y que sembrara las hojuelas
según sus instrucciones.
La verdad
es que no muy convencido y haciendo de tripas corazón, sembré las hojuelas y
esperé dos semanas-como me había dicho mi suegra-a que aparecieran los primeros
brotes, pero nada sucedió. Esperé aún unos días más y seguramente estaría
esperando hasta ahora de no ser porque una de esas noches hubo una tormenta con
mucha lluvia rayos y truenos y uno de los rayos bajó por la cadena del
pararrayos y cayó sobre el jardín. Al día siguiente, grande fue mi sorpresa,
cuando, al salir de la casa para comprobar los desperfectos que pudiera haber
causado el tifón y recoger las ramas y hojas caídas, encontré bajo el sol
radiante varias matas de papa que habían crecido literalmente de la noche a la
mañana y que hasta tenían ya sus características florecillas de color lila. Dos
semanas después, luego de que se secaran las plantas, mi chica y yo, con un
entusiasmo y alegría infantiles, cosechamos nuestras primeras papas.
Había
pensado-en agradecimiento a mi suegra-bautizar las papas con su nombre, pero mi
chica, que, por ser huancaína y haber pasado su infancia en la chacra de su abuelo
en Huasahuasi-es decir, en el lugar que pasa por ser desde hace siglos la
capital mundial de la papa-, y que por ello no sólo le gustan todos los platos
que la contienen tanto de la rica gastronomía peruana como de la internacional (aunque
está demás decir que su plato favorito es la Papa a la huancaína) sino que
además es capaz de reconocer por su forma, color o sabor 2999 de las 3000
variedades que se cultivan en el Perú y podría doctorarse en Papología Comparada,
me dijo que la “Papa Tomasa” ya existía, que además era blanca y buena para
freír y no amarilla y arenosa como la mía y que, por último, por qué estaba yo
tan sobón con su mamá. El segundo nombre que se me ocurrió fue “Papa Takara”,
pero también me vi obligado a descartarlo por razones de estrategia comercial. Ya
me imaginaba a las verduleras del mercado vociferando: ¡Papa Takara! ¡Papa
Takara! Más que ofrecer su mercancía parecerían estar protestando por el
aumento del costo de la vida.
Se me
ocurrió entonces traducir Takara al español: Tesoro. No estaba mal: Papa
Tesoro. Incluso
podría ser: Tesoro del Inca. Hasta se podría aprovechar para comparar su
intenso color amarillo con el del oro. Estaba satisfecho no sólo porque había
encontrado un buen nombre sino porque, además, sin querer, había descubierto por
qué, cuando era niño, todos decían que yo era “una joyita”.
En las
fotos, embalando las papas para comercializarlas por Amazon y sancochadas para
su degustación (Nótese qué buena pinta: nada que envidiarles a la papa amarilla
o a la papa Huayro).
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