Loro viejo sí aprende a hablar (aunque se demora
más)
Ayer
terminó mi curso de japonés y-después del ajetreo que significó haber tenido
que compaginar las labores propias de una ama de casa y las de chofer con cama
adentro de mi chica con mis clases diarias de japonés durante más de 3 meses-, ahora
me encuentro relajado, satisfecho y, al mismo tiempo, algo triste y vacío, como
al terminar la lectura de una buena novela o como después de echar un buen polvo,
porque como bien dice la sabia sentencia latina atribuida a Galeno: “triste est omne animal post coitum, praeter
mulierem gallumque” (salvo la mujer y el gallo, todo animal queda triste
después del coito).
Anoche, en
la ceremonia de clausura, todos los participantes teníamos que decir un breve discurso
de agradecimiento, pues el curso-auspiciado por el Ministerio de Trabajo, Salud
y Bienestar para promover el empleo estable entre los residentes extranjeros-,
es gratuito. Para ello, ayudados por los profesores, nos habíamos preparado concienzudamente
la semana pasada. Pero una cosa era pronunciar el discurso entre las chacotas,
burlas y las festivas carcajadas y aplausos de los compañeros de clase observados
por los indulgentes y condescendientes profesores y otra muy diferente hacerlo
bajo la adusta y severa mirada de las autoridades, entre las que se encontraba
el alcalde de la ciudad, un representante de la Hello Work (la oficina pública de empleo) y el máximo encargado de
la JICO (Japan International Cooperation Organization), la filial de la JICA
encargada de dictar el curso, ante las cuales debíamos demostrar que no
habíamos asistido a las clases sólo para calentar el asiento y que los
impuestos de los contribuyentes-de donde salía la financiación de los cursos-no
se habían gastado en vano.
Al
contrario que la mayoría de mis compañeros, tan nerviosos que después de
comerse las uñas de las manos querían hacer lo mismo con las de sus pies, yo
estaba muy tranquilo porque no era la primera vez que iba a hablar en público.
Hacía unos años había participado en el concurso de oratoria en japonés
organizado por la MUDA (Asociación internacional de extranjeros sordos, mudos,
sordomudos, tartamudos, gagos, ñaja-ñajas, personas con hipo crónico y callados
de todo tipo de la prefectura de Kanagawa), en el que pude participar debido a
que-después de tantos años de trabajar en las ruidosas fábricas japonesas-no
oigo bien con el oído derecho. El tema era libre y había que hablar un mínimo
de cinco minutos. Se tomaría en cuenta la elocuencia, dicción y riqueza de
vocabulario. A mí me había tocado en último lugar después de que los demás
participantes-la mayoría procedentes del sudeste asiático-despacharan
rápidamente y sin mucha convicción ni habilidad sus discursos. En cambio, yo
les ofrecí una clase magistral sobre nuestro país con mi discurso titulado “Wagakuni:
Perú” (Mi país: Perú), que empezó a las nueve de la mañana con Manco Cápac y
Mama Ocllo emergiendo de las aguas del lago Titicaca para fundar el Qosqo y
continuó con los 14 incas, lo que produjo entre la concurrencia tal efecto
narcótico que, una hora después, todos estaban durmiendo, de modo que no
tuvieron que escuchar la parte sobre el Descubrimiento, la Conquista, la
Colonia, Pizarro y Atahualpa, los 40 virreyes y la Perricholi, Túpac Amaru II, la
Independencia y la República. Para cuando-hacia el mediodía-, estaba
describiendo la flora, la fauna, la geología y la geografía del Perú citando a
los sabios naturalistas Antonio Raimondi y Alexander von Humboldt y a sacar
pecho por la auctoctonía de la papa y sus 4000 variedades y a tirar pana de
Machu Picchu y las Líneas de Nazca y empecé a cantar “Mi Perú” y “Perú Campeón”,
la mayoría se despertó y-como en el teatro Kabuki-, fue a comprar su obento al
7-Eleven de la esquina. Así se ahorraron la Época del guano, la Fiebre del
caucho y la Guerra del Pacífico, entre otras cosas, y cuando regresaron y
empezaron a comer en mi delante, provocándome, yo ya estaba en el primer
gobierno de Belaúnde y la bonanza de la harina de pescado, después de haber
narrado las luchas entre apristas y comunistas y los breves periodos
democráticos interrumpidos por los frecuentes golpes de estado (ex profeso dejé
de mencionar los saqueos y deportaciones sufridas por los japoneses en el Perú
durante la Segunda guerra mundial en el primer gobierno de Prado). La gente
empezó a quedarse dormida nuevamente cuando estaba contando que, para variar, a
Belaúnde también lo habían sacado en pijama en plena madrugada de palacio y lo
habían embarcado en un avión. Eran ya cerca de las tres cuando acabé con
Velasco y los doce años de la dictadura militar y empecé a hablar sobre el
segundo gobierno de Belaúnde y Sendero Luminoso. Faltando cinco minutos para
las cinco de la tarde, cuando estaba por empezar a narrar las locuras de
Caballo Loco Alan García y a explicar que gracias a su gobierno había tenido la
oportunidad y el placer de venir a conocer el país de mis antepasados, el
presidente de la asociación y presidente del jurado se puso de pie, se dirigió
hacia donde yo estaba, me colgó del cuello una medalla que tenía grabada la
efigie de un loro y me declaró vencedor absoluto con estas palabras que yo me
he tomado la licencia de traducir libremente (aunque parte de lo dicho se
pierde en la traducción):
-¡Mō ii!-dijo interrumpiéndome-. ¡Mō tsukarechatta! (¡Felicitaciones!
¡Has ganado!).
Y, como yo
aduje tímidamente que aún no había terminado mi discurso, perdió la paciencia:
-¡Mō iitte! ¿Kikoenainokanaa? ¡Kaere!
(¡Felicitaciones otra vez! ¡Maravilloso! ¡Bravo!)
Volviendo a
la ceremonia de ayer, conforme iban pasando los minutos, el nerviosismo de mis
compañeros se me fue contagiando-una peruana sufrió una crisis de nervios con
llanto a moco tendido incluido y declaró que estaba perdidamente enamorada de
uno de los profesores, un brasileño entró de pronto en trance y empezó a tirar
patadas al aire y dar volatines hacia atrás como en una exhibición de capoeira
y el único chino de la clase habló en una lengua que nadie supo si era japonés,
chino o esperanto mal hablado)-, y cuando llegó mi turno sentí un nudo en la garganta
(y no es que tuviera la corbata muy ajustada sino que-como dice la sabiduría
popular-se me habían puesto los huevos de corbata) e, inexplicablemente, en vez
de pronunciar el discurso que de tanto ensayar había memorizado, me puse a cantar
en catalán-idioma que no hablo-el himno del Barça:
“Tot el
camp
Es un clam
Som la gent
Blau Grana...”.
Pero no
importó porque, al final, igual nos entregaron nuestras flamantes diplomas a
todos y pudimos posar sonrientes para la obligada foto para el Facebook.
Luego de la
ceremonia, se nos ocurrió invitar a comer a un buen restaurante a los
profesores y a la coordinadora, pero, como no nos poníamos de acuerdo porque los
peruanos queríamos ir a comer anticuchos al restaurante peruano bépocah de Harajuku; los brasileños, a comer
churrasco al rodízio Barbacoa Grill
de Omotesandō; y los argentinos, a comer asado al restaurante
argentino El Caminito ubicado frente
a la Torre de Tokio (el chino, al estar en minoría absoluta, no tenía ni voz ni
voto), terminamos yendo al
Steak Gusto de Yamato, un restaurante
de carnes barato donde pedir un plato principal-un bistec o una hamburguesa-te
da derecho a comer todo lo que puedas de todo lo demás (menos las bebidas, que
se pagan aparte). Como últimamente ando un poco bajo de fondos, aprovechando la
confusión-éramos 22 comensales-, yo no pedí el plato principal y me atiborré
gratis con el salad y soup bar y comí todo lo que pude de arroz con curry,
frutas y postres, y ahora mismo, mientras escribo estas líneas, estoy
desayunando con los panes con los que me llené los bolsillos del saco.
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