Con un
solo dedo
Parece
increíble, pero ni perder la mano izquierda y la mayor parte del antebrazo-perdiendo
con ellos el 80% de mis capacidades y pasando a ser catalogado como inválido,
discapacitado o minusválido-lo que suene más bonito-aunque ya antes del
accidente muchos pensaran que yo era un bueno para nada-, ni tener ahora una
mano biónica de última generación, han disminuido o aumentado mi velocidad de
escritura, porque yo siempre he escrito con un solo dedo: el índice derecho.
Hace unos años, cuando empecé a
publicar algunos relatos para mis amigos de Facebook, me preguntaron por qué
tardaba tanto en hacer nuevas publicaciones. En esa ocasión, yo les di la
siguiente explicación:
"Para que mis lectores sepan la razón por la cual no publico con mayor frecuencia, quiero explicarles, grosso modo, mi método de trabajo. Primero hago una versión manuscrita en la que pongo todo lo que me sale de la cabeza. Esta primera versión se llena pronto de añadidos, supresiones y notas aclaratorias y alcanza rápidamente dimensiones mounstruosas que luego se van reduciendo poco a poco en el delicado y doloroso (por el material que hay que descartar) proceso de la corrección (así que los que creían haber leído, en lo que llevo publicado, el mayor catálogo de tonterías por centímetro cuadrado desde que Gutenberg inventara la imprenta, se equivocan: lo que publico es apenas una décima parte de lo que es capaz de producir mi mente privilegiada...perdón, quise decir: alucinada). Luego hago una primera versión en limpio a máquina, trabajo tan arduo que a veces tengo que recurrir a un libro llamado Précis du système hiéroglyphique des anciens Égyptiens, de Jean-François Champollion (el que descifró la Piedra de Rosetta), porque ni yo mismo entiendo mi propia letra. Finalmente corrijo los errores ortográficos y los ocasionados por mi falta de puntería al teclear. La vez pasada, por ejemplo, le mandé un mail a mi mamá por el Día de la Madre, que decía: "Geluz sía, msná" y que ella, a pesar de todo, seguramente guiada por su instinto maternal, entendió perfectamente, pues me contestó inmediatamente: "No me pidas más plata, hijo"
"Para que mis lectores sepan la razón por la cual no publico con mayor frecuencia, quiero explicarles, grosso modo, mi método de trabajo. Primero hago una versión manuscrita en la que pongo todo lo que me sale de la cabeza. Esta primera versión se llena pronto de añadidos, supresiones y notas aclaratorias y alcanza rápidamente dimensiones mounstruosas que luego se van reduciendo poco a poco en el delicado y doloroso (por el material que hay que descartar) proceso de la corrección (así que los que creían haber leído, en lo que llevo publicado, el mayor catálogo de tonterías por centímetro cuadrado desde que Gutenberg inventara la imprenta, se equivocan: lo que publico es apenas una décima parte de lo que es capaz de producir mi mente privilegiada...perdón, quise decir: alucinada). Luego hago una primera versión en limpio a máquina, trabajo tan arduo que a veces tengo que recurrir a un libro llamado Précis du système hiéroglyphique des anciens Égyptiens, de Jean-François Champollion (el que descifró la Piedra de Rosetta), porque ni yo mismo entiendo mi propia letra. Finalmente corrijo los errores ortográficos y los ocasionados por mi falta de puntería al teclear. La vez pasada, por ejemplo, le mandé un mail a mi mamá por el Día de la Madre, que decía: "Geluz sía, msná" y que ella, a pesar de todo, seguramente guiada por su instinto maternal, entendió perfectamente, pues me contestó inmediatamente: "No me pidas más plata, hijo"
Sin embargo, el factor más determinante en la
lentitud de mi trabajo tal vez sea mi empleo de la técnica dactilográfica
monodigital (tecleo con un solo dedo y sólo con el índice derecho, porque no
soy ambidiestro) que no me permite alcanzar una velocidad superior a las
sesenta palabras... por día, lo que no impidió que, hace algunos años, quedase
tercero en un concurso de mecanografía organizado por la AAADFM (Asociación de
apoyo y ayuda a los discapacitados físicos y mentales) en el que, tras un largo
debate entre los organizadores que no se ponían de acuerdo para establecer cuál
de los dos tipos de discapacidad tenía yo, finalmente pude participar gracias a
que se consideró que mi sordera parcial en el oído derecho era una seria
limitación física : primero quedó un señor que no tenía manos (escribía con los
pies), segundo, uno que no tenía ni manos ni pies ni ninguna parte protuberante
del cuerpo (no me pregunten con qué escribía) y, tercero, yo.
A mi falta de pericia mecanográfica, se suma una
experiencia traumática que viví en los albores de mi efímera carrera como
escritor y que me dejó marcado para siempre. Fue al terminar mi primera novela,
un mamotreto de casi dos mil páginas montado sobre una estructura original:
aparentaba ser el diario de un niño (yo), desde que nace hasta que cumple cinco
años. Cada página era un día de la vida del niño. Ahora, con la perspectiva que
da la lejanía en el tiempo y el espacio, debo reconocer que resultaba un poco
monótona y repetitiva, porque en muchas de sus páginas el narrador (yo) se
limitaba a decir, por ejemplo: “Hoy me levanté temprano, tomé leche, me hice la
caca, me dormí, me volví a levantar, a tomar leche, a hacer la caca y a dormir,
y así estuve todo el santo día hasta ahora, que son las doce de la noche, y
estoy a punto de dormirme otra vez. Comer, cagar y dormir: ¿es esto vida? ¿para
esto viene uno al mundo?”. Pero, en ese entonces, mientras la escribía, yo
pensaba que era una obra maestra cuya publicación marcaría un hito en la
historia de la literatura universal y cuando, por fin, pulsé con mi dedo índice
derecho y sin equivocarme las tres letras que forman la palabra FIN, no cabía
en mí de la alegría, estaba loco de contento, puse Don´t Stop Me Now, de Queen,
a todo volúmen y me puse a cantar y bailar sobre mi escritorio, hasta que, de
repente, me di cuenta de que mi máquina de escribir, una Remington portátil, no
tenía cinta: las casi dos mil páginas que creía haber tipeado estaban en
blanco.Desesperado, corrí hacia la ventana y salté, pero como mi casa era de un
solo piso, lo único que conseguí fue embarrarme en el jardín que acababan de
regar. ¿Puede haber alguien tan distraído?, se preguntaran ustedes. Sí, yo. Soy
tan distraído que lo primero que hago cuando salgo a la calle, después de hacer
girar la llave en la cerradura de la puerta, es comprobar si me he puesto los
pantalones. Otro ejemplo: todas las mañanas me preparaba un sandwich que comía
en el carro camino a la fábrica. Un día me hice uno mixto de jamón y queso. Boté
el queso y puse encima del jamón el film de plástico en el que viene envuelto
el queso, pero lo peor de todo es que ni siquiera me lo pude comer, porque esa
mañana tocaba botar la basura y, en vez de botar la basura, boté mi mochila y
me llevé la basura a la fábrica. Por eso, ahora, cuando escribo en la
computadora, por temor a perder los datos, después de tipear cada letra, hago
click en "Guardar".
Por todo lo expuesto más arriba, no es de extrañar
que mis entregas no tengan la regularidad deseada...
jajaja... muy bueno, como siempre, primo. Lástima que, en mi caso, yo no pueda usar la misma excusa. Lo mío es que, simplemente y llanamente, aún no puedo vencer en mi batalla contra la procrastinación.
ResponderEliminarAki, ¿los peruanos no seremos especialmente propensos a procrastinar? Recién he abierto mi blog y ya he empezado a hacerlo.
EliminarLa procrastinación es el verdadero deporte nacional de los peruanos... ¿fútbol?... ¿voley?... ¡No! Los peruanos somos los campeones mundiales de la procrastinación.
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