domingo, 29 de marzo de 2015

Con un solo dedo

Con un solo dedo

Parece increíble, pero ni perder la mano izquierda y la mayor parte del antebrazo-perdiendo con ellos el 80% de mis capacidades y pasando a ser catalogado como inválido, discapacitado o minusválido-lo que suene más bonito-aunque ya antes del accidente muchos pensaran que yo era un bueno para nada-, ni tener ahora una mano biónica de última generación, han disminuido o aumentado mi velocidad de escritura, porque yo siempre he escrito con un solo dedo: el índice derecho.
Hace unos años, cuando empecé a publicar algunos relatos para mis amigos de Facebook, me preguntaron por qué tardaba tanto en hacer nuevas publicaciones. En esa ocasión, yo les di la siguiente explicación:
"Para que mis lectores sepan la razón por la cual no publico
con mayor frecuencia, quiero explicarles, grosso modo, mi método de trabajo. Primero hago una versión manuscrita en la que pongo todo lo que me sale de la cabeza. Esta primera versión se llena pronto de añadidos, supresiones y notas aclaratorias y alcanza rápidamente dimensiones mounstruosas que luego se van reduciendo poco a poco en el delicado y doloroso (por el material que hay que descartar) proceso de la corrección (así que los que creían haber leído, en lo que llevo publicado, el mayor catálogo de tonterías por centímetro cuadrado desde que Gutenberg inventara la imprenta, se equivocan: lo que publico es apenas una décima parte de lo que es capaz de producir mi mente privilegiada...perdón, quise decir: alucinada). Luego hago una primera versión en limpio a máquina, trabajo tan arduo que a veces tengo que recurrir a un libro llamado Précis du système hiéroglyphique des anciens Égyptiens, de Jean-François Champollion (el que descifró la Piedra de Rosetta), porque ni yo mismo entiendo mi propia letra. Finalmente corrijo los errores ortográficos y los ocasionados por mi falta de puntería al teclear. La vez pasada, por ejemplo, le mandé un mail a mi mamá por el Día de la Madre, que decía: "Geluz sía, msná" y que ella, a pesar de todo, seguramente guiada por su instinto maternal, entendió perfectamente, pues me contestó inmediatamente: "No me pidas más plata, hijo"
Sin embargo, el factor más determinante en la lentitud de mi trabajo tal vez sea mi empleo de la técnica dactilográfica monodigital (tecleo con un solo dedo y sólo con el índice derecho, porque no soy ambidiestro) que no me permite alcanzar una velocidad superior a las sesenta palabras... por día, lo que no impidió que, hace algunos años, quedase tercero en un concurso de mecanografía organizado por la AAADFM (Asociación de apoyo y ayuda a los discapacitados físicos y mentales) en el que, tras un largo debate entre los organizadores que no se ponían de acuerdo para establecer cuál de los dos tipos de discapacidad tenía yo, finalmente pude participar gracias a que se consideró que mi sordera parcial en el oído derecho era una seria limitación física : primero quedó un señor que no tenía manos (escribía con los pies), segundo, uno que no tenía ni manos ni pies ni ninguna parte protuberante del cuerpo (no me pregunten con qué escribía) y, tercero, yo.
A mi falta de pericia mecanográfica, se suma una experiencia traumática que viví en los albores de mi efímera carrera como escritor y que me dejó marcado para siempre. Fue al terminar mi primera novela, un mamotreto de casi dos mil páginas montado sobre una estructura original: aparentaba ser el diario de un niño (yo), desde que nace hasta que cumple cinco años. Cada página era un día de la vida del niño. Ahora, con la perspectiva que da la lejanía en el tiempo y el espacio, debo reconocer que resultaba un poco monótona y repetitiva, porque en muchas de sus páginas el narrador (yo) se limitaba a decir, por ejemplo: “Hoy me levanté temprano, tomé leche, me hice la caca, me dormí, me volví a levantar, a tomar leche, a hacer la caca y a dormir, y así estuve todo el santo día hasta ahora, que son las doce de la noche, y estoy a punto de dormirme otra vez. Comer, cagar y dormir: ¿es esto vida? ¿para esto viene uno al mundo?”. Pero, en ese entonces, mientras la escribía, yo pensaba que era una obra maestra cuya publicación marcaría un hito en la historia de la literatura universal y cuando, por fin, pulsé con mi dedo índice derecho y sin equivocarme las tres letras que forman la palabra FIN, no cabía en mí de la alegría, estaba loco de contento, puse Don´t Stop Me Now, de Queen, a todo volúmen y me puse a cantar y bailar sobre mi escritorio, hasta que, de repente, me di cuenta de que mi máquina de escribir, una Remington portátil, no tenía cinta: las casi dos mil páginas que creía haber tipeado estaban en blanco.Desesperado, corrí hacia la ventana y salté, pero como mi casa era de un solo piso, lo único que conseguí fue embarrarme en el jardín que acababan de regar. ¿Puede haber alguien tan distraído?, se preguntaran ustedes. Sí, yo. Soy tan distraído que lo primero que hago cuando salgo a la calle, después de hacer girar la llave en la cerradura de la puerta, es comprobar si me he puesto los pantalones. Otro ejemplo: todas las mañanas me preparaba un sandwich que comía en el carro camino a la fábrica. Un día me hice uno mixto de jamón y queso. Boté el queso y puse encima del jamón el film de plástico en el que viene envuelto el queso, pero lo peor de todo es que ni siquiera me lo pude comer, porque esa mañana tocaba botar la basura y, en vez de botar la basura, boté mi mochila y me llevé la basura a la fábrica. Por eso, ahora, cuando escribo en la computadora, por temor a perder los datos, después de tipear cada letra, hago click en "Guardar".
Por todo lo expuesto más arriba, no es de extrañar que mis entregas no tengan la regularidad deseada...

3 comentarios:

  1. jajaja... muy bueno, como siempre, primo. Lástima que, en mi caso, yo no pueda usar la misma excusa. Lo mío es que, simplemente y llanamente, aún no puedo vencer en mi batalla contra la procrastinación.

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    1. Aki, ¿los peruanos no seremos especialmente propensos a procrastinar? Recién he abierto mi blog y ya he empezado a hacerlo.

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    2. La procrastinación es el verdadero deporte nacional de los peruanos... ¿fútbol?... ¿voley?... ¡No! Los peruanos somos los campeones mundiales de la procrastinación.

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