lunes, 7 de agosto de 2017

Yo también soy Balthazar Bratt

Yo también soy Balthazar Bratt

Hace unos meses, después de ver uno de esos programas sobre la salud en la televisión, mi chica me midió la cintura y descubrió que esta medía más que la mitad de mi estatura, lo cual significaba que estaba gordo por lo que me instó a que hiciera algo antes de que fuera demasiado tarde y llegara al punto de no retorno. Me animé a tomar cartas en el asunto inmediatamente porque mi chica me dejó entrever que aparte de dañina para la salud, la obesidad podía ser causal de divorcio.
Así que, con la misma determinación con la que-hace ya más de 20 años-dejé de fumar de la noche a la mañana (fumaba entonces 40 cigarrillos diarios), renuncié a mis pantagruélicos desayunos con pan con chicharrón, tamales, aceitunas negras con salsa de cebolla, salchicha de huacho con huevos revueltos o tocino ahumado del Costco con mayonesa, en los que fácilmente acababa con un baguette y los reemplacé por un plátano (de preferencia, peruano, aunque fuera el más caro-hay que apoyar a nuestros paisanos y, si no había, ecuatoriano, colombiano, mexicano o guatemalteco-en ese orden-, que eran los plátanos que se vendían en los supermercados japoneses sin contar con los filipinos que aunque eran la mayoría también eran mi última opción), ahorrándome de esta manera unas 1000 calorías. Aparte de que ya no comía pan en el desayuno, en el almuerzo y la comida apenas si probaba arroz y, si lo hacía, era arroz integral o mezclado con quinua boliviana. En su lugar, empecé a comer ensaladas aderezadas con aceite de Sacha Inchi (conocido también como Maní del Inca). También dejé de picar entre comidas mis galletas de soda con chorizo español, fuet catalán o salami italiano, queso manchego, aceitunas verdes españolas rellenas de pimiento o anchoas o las peruanas rellenas con rocoto o ají amarillo que había descubierto recientemente o las tradicionales de botija y ya no comía tampoco maní frito con cáscara, habas fritas ni maíz gigante peruano frito. Por último, dejé de beber bebidas gaseosas y café y ahora tomaba agua y té verde (Cerveza y otras bebidas alcohólicas hacía años que casi ya no tomaba). Comía poca carne y mucho tōfu y verduras.
Mi dieta era tan austera como la de un monje budista Zen.
Además, todas las mañanas me levantaba temprano y después de tomar mi magro desayuno y de hacer unos 20 minutos de calentamiento y estiramientos, daba en 20 minutos 5 vueltas alrededor de la cuadra-cuyo perímetro es de 700 metros-y después de correr volvía a hacer estiramientos durante otros 20 minutos y luego hacía 100 abdominales y un poco de pesas.
De este modo mi cintura se redujo en algunos centímetros y bajé algunos kilos.
Para motivarme más decidí acompañar mis ejercicios con un poco de música. Así que desempolvé una vieja casetera portátil que debía ser del mismo modelo y antigüedad que la que salía en una escena de la peli de Mel Brooks History of the World, Part 1 (La loca historia del Mundo) en la que un esclavo negro camina con una casetera al hombro escuchando Funkytown en la antigua Roma y desenterré una caja con viejos casetes de música de-dejemos a un lado la falsa modestia- la mejor época musical de todos los tiempos: los ochenta (bueno, también había algunas cosas de los setenta). Gracias a Dios (o a que las cintas TDK y Maxell eran de buena calidad), las cintas estaban aún en buen estado (y eso que no eran de cromo ni de metal).
En la caja había de todo: Desde Cindy Lauper, A-Ha, The Police, Toto, Dire Straits, Chicago, Supertramp, Culture Club, pasando por Michael Jackson, Abba, Blondie, Queen, Nena, ELO, Sabrina, Bee Gees, The Bangles, David Bowie, Diana Ross, Donna Summer, Earth, Wind And Fire, Elton John, hasta Miami Sound Machine, Madonna, Air Supply, Men at Work, Hall & Oates, Billy Idol, Guns N’ Roses, U2, Kenny Loggins, Van Halen, Phil Collins, Village People, Devo, Eagles, Kiss, The Nack y un largo etcétera que llenaría la página.
Todas las mañanas, mientras la gente salía hacia sus trabajos y los chiquillos del barrio se reunían en grupos para ir al colegio, yo agarraba al azar uno de los casetes de la caja y salía con mi casetera al parking de mi casa y hacía mis ejercicios de calentamiento y estiramiento antes y después de correr escuchando a todo volumen Walk like an egyptian, Karma Chameleon o Footloose, por ejemplo, y no hubo ningún problema. Hasta que un día puse Physical de Olivia Newton-John y los chiquillos del barrio empezaron a llamarme-muertos de la risa- Balthazar Bratt. No sabía de dónde habían sacado ese nombre. Hasta ese momento había escuchado que se referían a mí como Rocket punch-san (por la semejanza de mi prótesis con el puño volador del robot del anime Mazinger Z), pero ¿Balthazar Bratt?
Cuando interrogué a uno de los chiquillos, a modo de respuesta, me preguntó a su vez:
-¿Todavía no ha visto Mi villano favorito 3?
La verdad es que no tenía la menor idea de lo que me estaba hablando, pero no queriendo quedar como ignorante frente al chibolo, esperé a que mi chica, que suele estar más informada que yo, regresara del trabajo para preguntárselo.
-Pero si fuimos a ver las dos primeras partes-me respondió haciendo con un gesto de impaciencia-. ¿No te acuerdas? ¡Los Minions! Lo que pasa es que tú al cine sólo vas a comer cancha y a dormir.
Tengo que reconocer que yo no puedo ver una peli sin comer mi canchita y confieso también que un par de veces-cuando he estado muy cansado, la peli no me interesaba mucho o no entendía ni michi porque estaba en japonés o porque el argumento iba más allá de mi capacidad de comprensión-, me he quedado dormido. Así debía haber sucedido en aquellas ocasiones, porque no recordaba nada de unos seres amarillos con forma de cápsula, con uno o dos ojos, a quienes les gustaba mucho los plátanos y que hablaban un idioma desconocido pero trufado de palabras en inglés, español, japonés y seguramente algún otro idioma más que mi chica se esforzaba por describirme.
-¡No sabía que ya la estaban dando!-exclamó dándose por vencida-. ¿Vamos a verla?
En circunstancias normales, hubiera ido sólo para acompañar a mi chica que era una fanática de los Minions y se moría por ver la película, pero me había picado la curiosidad la alusión del chiquillo y quería saber por qué me llamaban Balthazar Bratt. Además, ahora que todo el tiempo paraba con hambre, aprovecharía para comprarme un barril de cancha tamaño familiar.
Cuando llegamos al cine, me sorprendió-aunque era viernes por la noche-la cantidad de gente haciendo cola para comprar su boleto. Noté, además, que la mayoría parecían cincuentones y que eran melenudos y estaban ataviados con trajes de anchos hombros, grandes solapas y colores chillones en los que me pareció reconocer un aire familiar. En ese momento pensé que se trataba de alguna oferta del tipo Los viernes, los mayores de 50 pagan la mitad, pero cuando empezó la peli y apareció Balthazar Bratt tratando de robar el diamante más caro del mundo mientras bailaba al ritmo de Bad y todos en la sala comenzaron a bailar haciendo el famoso paso Moonwalk de Michael Jackson, comprendí por qué estábamos todos allí y por un momento me pareció que allí era allá y que ahora era entonces. Quiero decir que por un momento me pareció que había retrocedido más de 30 años y regresado a la Lima de los ochenta y a sus fiestas de sábado por la noche. Antes de que sonara Phisycal, Take on me, 99 Luftballoons, Into the groove, etc., ya había comprendido por qué los chiquillos del barrio me llamaban Balthazar Bratt y me dije que tenían razón: yo también era Balthazar Bratt así como todos los que me rodeaban en ese momento.
Me volví hacia mi chica para ver cómo había reaccionado, pero ella ya estaba bailando con los demás.
Ahora todas las mañanas corro con la indumentaria de Balthazar Bratt (que me compré en la tienda del cine) y si alguien me dirige una mirada burlona, pienso:
-¡Ochentero y a mucha honra, carajo!


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